Ray Bradbury coined the quote “Half the fun of travel is the esthetic of
lostness” and I couldn’t agree more.
In the art of
travelling and living there is a moment that seems almost magical, the one in
which we don’t have anything for certain but the strong belief in the fact that
we are about to find something fascinating. Our steps may not have a strong
foundation and the plan may not be definite but the assurance of new
experiences coming to find us is the main motivation.
Fashion takes
advantage of this sensation of dreamy drift to show us how Florence, Paris,
exotic beaches or the deepest of forests look through the keen eye of editors,
photographers, and designers that use editorials and textures to exteriorize
the feelings that the most hidden limits of the world created in them. And
while they do this we become active participants of their dreams.
Ever since
fashion was called that, designers have secured their aesthetic and creativity
with the help of far away lands and so, in the Belle Epoque France saw itself
dressed with the purest Aztec inspiration and imported the Japonism. Just like
Prada is looking to dress us this season with garments of visible oriental
inspiration, the same way that Marchesa wants to take us on an Indian trip.
The point that I
want to make with this web of words is that one of the many virtues of fashion is
the fact that it can –wants, needs to- enrich our lives through the
multicultural journey that it offers. We can be engrossed by the toughest of
routines but with the help of that dance of colours, ornaments and textures, we can take ourselves to
foreign cultures and unknown emotions.
Fashion is not alone in this eager need of
experiences, it is in good company of cultural manifestations such as
literature –an expert in transporting us- and films.
As I am writing this, my mind goes straight
to the chapter “Escapism” of one of my favourite TV shows, “The Delicious Miss
Dahl” in which the model takes us on a journey around the world through aromas
and tastes, Dahl teaches that the mere difference of flavors in a dessert
awakens unseen sensations, and this is what I am most passionate about.
While looking at the always sublime
editorials of some magazines I feel nostalgia for the places that I have never
been in and I think that the magic of the fashion-voyage tandem lies in the
question ¿What would I feel while being there?
Like another person most certainly, like
Audrey Hepburn in “Roman Holiday”, immersed in a journey full of unknown
experiences, running with a stranger around the roman streets, because never
seen before places hold never seen before emotions. That is the promise of
every journey.
Every time that my wardrobe grows, every
acquisition comes accompanied by thousands of thoughts about what kind of
situations could see me wearing it, when we travel we select a fragment of our
clothes contemplating what destiny might offer in other latitudes, our garments
speak the language of our longings.
This last statement can easily be illustrated
by the Bloggers with the infallible packing tutorials that Leandra Medine does
or the manner in which Chiara Ferragni, Nicole Warne or Kristina Bazan study
the concept of every city that they visit and then reflect it with impossibly
creative outfits. This is an action of very thoughtful styling, based on the
premise of blending ourselves a little with the city and preparing for what our
time in a new place may bring with it.
Each setting demands for an outfit and if I
let my mind get lost in whimsical daydreaming I will see myself wandering
around Paris in stilettos or running through the Tuscany wrapped in a
diaphanous dress, maybe I will carry a piece of the Sicialian woman in the
Mayan Riviera or long for being one with the forest honoring the most natural
of looks. While I listen to the rain, I feel a deep nostalgia for all the
places that i crave to meet, today more than ever I want to be lost in Florence
carrying my dreams in the suitcases that Marc Jacobs imagined for a certain Wes
Anderson movie.
Did I arouse your dreams of travelling?
Ray Bradbury acuñó la cita: “Half the fun of travel is the esthetic of lostness” y yo
no podría estar más de acuerdo. En el arte de viajar y en el de vivir existe
ese momento que raya en lo mágico, aquel en el que no tenemos nada por certero
mas que la fuerte creencia de que estamos a punto de encontrar algo fascinante.
Nuestros pasos podrán no estar fundamentados y el plan puede no ser concreto
pero la seguridad de que nuevas experiencias vendrán a nuestro encuentro es el
motivador principal.
La moda se vale de esta sensación de ensoñadora deriva
para mostrarnos como se ven Florencia, París, exóticas playas o la más absoluta
espesura del bosque desde el fino escrutinio de editores, fotógrafos y
diseñadores que reflejan a través de editoriales y texturas los sentimientos
que evocaron en ellos los confines del globo terráqueo, y mientras lo hacen nos
vuelven partícipes de sus sueños.
Desde que la moda comenzó a ser llamada tal los
diseñadores afianzaron su estética y creatividad con tierras lejanas y así, la
Francia de la Belle Epoque se vio vestida con la más pura inspiración Azteca e
importó el Japonismo. Justo como Prada busca ataviarnos con prendas de profunda
inspiración oriental esta temporada o bien el viaje a la India al que Marchesa
busca llevarnos.
A lo que quiero llegar con esta red de palabras es a una
simple afirmación y es que, una de las tantas virtudes de la moda es el hecho
de que puede –y quiere, necesita- enriquecer nuestras vidas a través del viaje
multicultural que nos ofrece. Podemos estar ensimismadas en la más profunda de
las rutinas pero a través del juego de colores, ornamentos y texturas que esta
nos ofrece nos remontamos a culturas lejanas y emociones desconocidas.
La moda no se encuentra sola en esta ávida necesidad de
experimentar, la acompañan un sinfín de manifestaciones como la literatura
–experta en transportarnos- y el cine. Mientras escribo esto mi mente viaja al
capítulo “Escapismo” de una de mis series favoritas “The Delicious Miss Dahl”
en el que la modelo nos lleva por un viaje alrededor del mundo a través de
aromas y sabores, el simple sabor de un postre distinto nos despierta
sensaciones inéditas y es eso lo que más me apasiona.
Al ver las siempre sublimes editoriales de algunas
revistas siento nostalgia por lugares en los que nunca he estado y, pienso que
ahí radica la magia del tándem moda-viajes, en la simple pregunta ¿Cómo me
sentiría estando en aquel lugar?
Seguramente como otra persona, como Audrey Hepburn en
“Roman Holiday”,inmersa en un viaje cargado de experiencias desconocidas y corriendo
de la mano de un extraño por las calles de Roma, pues lugares nunca antes
vistos albergan sensaciones nunca antes sentidas. Esa es la promesa de todo
viaje.
Cada vez que mi closet crece, cada adquisición viene
acompañada de miles de pensamientos sobre qué situaciones podrían verme con
ella, siempre que vamos a viajar seleccionamos ese fragmento de nuestro
guardarropa contemplando lo que el destino podría ofrecernos en otras
latitudes, nuestras prendas hablan el lenguaje de nuestros anhelos.
Esto puede reflejarse en las Bloggers ya sean los infalibles tutoriales para
empacar de Leandra Medine o la manera en que Chiara Ferragni, Nicole Warne o
Kristina Bazan abstraen el concepto de cada ciudad que visitan y lo reflejan en
su indumentaria. Es una acción de estilismo pensada, basada en la premisa de
mimetizarnos un poco con cada ciudad y prepararnos para lo que nos deparará la
estancia en nuevos lugares.
Cada entorno reclama un atuendo y si dejo a mi mente
perderse en ensoñaciones me visualizaré recorriendo París en stilettos o
corriendo por la Toscana envuelta en un vaporoso vestido, tal vez porte un poco
de la mujer siciliana en la Riviera Maya o anhele hacerme una con el bosque
enfundada en el aspecto más natural. Mientras escucho la lluvia, siento una
profunda añoranza por los lugares que anhelo conocer, hoy más que nunca ansío
estar perdida en Florencia, cargando mis sueños en las maletas que Marc Jacobs
imaginó para cierta película de Wes Anderson.
¿Desperté sus sueños de viaje?